domingo, 14 de agosto de 2011

Campamento Dos

Mañana temprano llega el helicóptero. Hoy es el último día del campamento 2 y todos los equipos del inventario están en las trochas o en las quebradas recopilando información crítica para el futuro cuidado de estos bosques rebosantes de vida silvestre. El campamento se encuentra en una hermosa quebrada de aguas claras llamada Caterpiza, afluente del lejano río Santiago. 
El río Caterpiza, afluente del río Santiago cerca al Campamento Dos
Foto: A. del Campo

Estamos en el departamento de Amazonas en uno de los cuatro puntos de muestreo en la hasta ahora misteriosa Cordillera Kampankis. Como los sitios del inventario los seleccionamos en áreas muy remotas, casi inaccesibles, es que tenemos que llegar hasta aquí con la ayuda de un helicóptero MI-17 de la Policía Nacional del Perú.
Coronando Kampankis (por tercera vez)
Durante la fase de logística avanzada, junto a mi equipo de preparación de campamentos ya me había tocado subir una gran cuesta hasta la cima de Kampankis por el lado de la quebrada Cangasa, un afluente del Marañón ubicado al sur de esta localidad. En el primer punto, el que está localizado más hacia el norte en la quebrada Kusuim, una de las trochas llegaba también al punto más alto, pero éste estaba solo a 750 metros de altitud. Pudimos llegar a esa altura usando el GPS, desviándonos de la trocha principal cruzando una serie de grandes, muy filudas y por ende peligrosas rocas calizas hasta llegar a la cuchilla de la cordillera. Desde ese filo obtuvimos una impresionante vista del río Santiago, a la altura de una comunidad llamada Papayacu, ubicada casi al borde de la frontera con Ecuador.
Vista desde la cima en Campamento Uno, hacia el oeste con el río Santiago al fondo
Foto: A. del Campo

Esta vez, en el campamento 2 la trepada fue mucho más ardua. Con una botella de medio litro de refresco reforzado con Gatorade, tuve que caminar un poco más de siete kilómetros para recién reabastecerme de agua de una pequeña quebrada para llegar a la cima de esta parte de Kampankis, la cual estaba a solo 500 metros de distancia más arriba. Por aquí la altitud llega a 1,400 msnm (el campamento base está a 300 metros), casi como el campamento del lado de la quebrada Cangasa.
Por la mitad del camino de subida, el bosque comenzaba a ser acariciado por una densa neblina, la cual dejaba entrever las misteriosas formas del bosque. Un grupo de palmeras cashapona (Socratea exorrhiza), se imponían erguidas con sus raíces zancos de más de cuatro metros de altura. 
La palmera Socratea exorrhiza entre la bruma
Foto: A. del Campo

Un poco más arriba dos mansos monos tocones me miraban curiosos desde las ramas de los árboles. A medida que subía, el musgo empezaba a abrigar a los árboles y cada paso que daba se posaba suavemente sobre un denso colchón de raíces y raicillas. 

Musgo en los troncos
Foto: A. del Campo


Cada vez eran más comunes las bromelias y los helechos arbóreos. 
La inflorescencia de una bromelia (Guzmania)
Foto: A. del Campo

Poco antes de llegar a la cima me encontré con Pablo y Alessandro, los dos herpetólogos del inventario quienes estaban visiblemente emocionados por los hallazgos hasta ese momento, varias especies potencialmente nuevas para la ciencia y para el Perú. 



Pablo muestreando anfibios y reptiles en la hojarrasca
Foto: A. del Campo


Los coloridos gallitos de las rocas prefieren también esas alturas, y aunque no pude ver alguno, el día anterior David Neill—uno de los botánicos—los había divisado. Lucia Castro, la mastozoóloga del grupo, vio otro y escuchó algunos más mientras descendía la empinada cuesta. Algunos de los científicos—incluyendo a Gustavo, Manuel y Jerónimo, los científicos locales Awajún y Wampis que nos vienen acompañando desde el inicio del inventario para compartir con nosotros sus valiosos conocimientos del bosque—se quedaron a dormir en la cima. 

Carpa de Alessandro, uno de los herpetólogos, en la cima
Foto: A. del Campo

El aire fresco que se sentía en la cresta de la montaña daba una idea de la fría noche que iban a pasar los científicos a esas alturas (después me contaron que Alessandro tuvo que prestarle una “cobija de emergencia” al antropólogo polaco Kacper Swierk quien había subido con apenas una delgada chompa). Pese al frío acamparon todos allí, dado que es importantísimo investigar toda la gradiente altitudinal de la Cordillera Kampankis.
Niebla y vegetación
Foto: A. del Campo

Lluvia, maquisapas y un canto misterioso
Me había tomado cerca de tres horas y media llegar a la cima y a diferencia de los otros participantes del inventario decidí bajar al campamento esa misma tarde. De bajada me acompañaba el dulce canto de un ave que nunca antes había oído. Por más que trataba de verlo la espesura del bosque no me lo permitía. Traté de aprenderme el canto para luego preguntarle a Debby, Renzo y Ernesto, los especialistas en aves, si sabían de qué ave se trataba. Venía silbando las notas una y otra vez hasta que me crucé con los dos últimos que se encontraban en pleno ascenso, por coincidencia tratando de grabar ese mismo canto, hasta que el misterioso pajarito por fin se dejó ver. Se trataba de un Schiffornis turdina, una especie de ave que la ciencia no define aún a qué familia pertenece pero que podría estar emparentada con las cotingas y saltarines. 
Ernesto buscando el Schiffornis
Foto: A. del Campo
Renzo grabando el canto del Schiffornis
Foto: A. del Campo
Luego de unos minutos empezó a llover, lo que hizo que la bajada se pusiera muy resbalosa, así que se hizo muy pesado el andar. Entre la cortina de agua que caía pude observar un grupo de maquisapas desplazándose muy lentamente por el dosel. A diferencia de otros sitios donde las actividades humanas han causado la desaparición de muchas especies de primates, estos curiosos y remojados maquisapas me observaban con curiosidad pese a la lluvia.
Después de la lluvia la niebla se disipa, y el bosque deja ingresar súbitamente los rayos del sol abriéndose paso entre la bruma por las  copas de los árboles. 
La luz penetrando la niebla y el dosel del bosque
Foto: A. del Campo
Las frescas huellas de sajinos y otros animales dejaban en evidencia su reciente paso por la trocha y por ende la buena salud del bosque. Casi cinco horas después de haber iniciado el descenso llegué al campamento, exhausto pero satisfecho por haber coronado la hermosa Cordillera de Kampankis por tercera vez. Faltan aún dos campamentos por investigar y el equipo continua, con cada vez mas ampollas pero con el ánimo intacto, por seguir descubriendo los misterios de estos cerros sagrados, fuente de agua limpia y vida silvestre que beneficia a pobladores indígenas Awajún, Wampis y Shapra aguas abajo.


Nota por Alvaro del Campo, Biólogo de Conservación


1 comentario:

  1. Manya pues Alvarenga, qué envidia; se sufre pero se goza!... Recién me entero de este blog, pa otra pasa la voz a tiempo ps maestro! Un abrazo!

    ResponderBorrar