domingo, 28 de agosto de 2011

¡Hasta siempre Kampankis!

Escrito el 23 de agosto del 2011

Escribo estas líneas desde Puerto Galilea, localidad ubicada a orillas del río Santiago, en la región Amazonas. Hace dos días salimos del monte, y debido a que una espesa nubosidad cubre toda la zona por la presencia de un frente frío que llegó desde Brasil, estamos todos aquí esperando a que el cielo se despeje para poder volar finalmente a la ciudad de Tarapoto. Allí, escribiremos durante una semana el informe preliminar del inventario rápido. Ayer por la mañana los diferentes equipos empezaron a escribir sus resúmenes, y después que los pilotos nos informaron que ya no volaríamos ese día, decidimos jugar un partido de fulbito con dos de ellos, con los ictiólogos, dos de los botánicos y un poblador local. El partido tuvo que ser suspendido por falta de luz natural, aunque pudimos ver finalmente los rayos del sol iluminando con tonos naranjas y rojos las nubes que cubren los alrededores del Santiago, lo que nos dio, además de un bello espectáculo, la esperanza de poder volar a Tarapoto. Apenas regresamos del campo, tal como se lo habíamos prometido a las autoridades locales, los propios científicos presentaron los sorprendentes resultados iniciales del inventario en los cerros Kampankis—incluyendo muchas fotos—a los pobladores y autoridades locales de la cuenca.

Geologo Vladimir Zapata presenta los resultados geológicos.
Foto: A. del Campo
Presentación de resultados por los científicos locales.
Foto: A. del Campo
Botanico David Neill explicando los resultados del inventario rápido.
Foto: A. del Campo

Una niña mirando las laminas a colores hechas por Field Museum.
Los antropologos anotaron los nombres Wampis y Awajún con la meta de
crear guias con ambos el nombre indígena y el nombre científico.
Foto: A. del Campo
Cuarto filo: una ventana al Santiago
 Como tuvimos que quedarnos una noche más aquí en Galilea, y parece que el tiempo no va a cooperar para volar, sin perder un segundo Debby empezó a organizar a los grupos para ganar tiempo y comenzar con el ejercicio de fortalezas, amenazas, oportunidades y recomendaciones desde aquí. La gente se acomodó en algunas de las mesas de este enorme hotel de cemento, que aunque distorsiona el paisaje y continúa creciendo tiene una vista envidiable. 
Científicos en reunion de trabajo en el Hotel en el Caserío La Poza.
Foto: A. del Campo
Desde nuestro improvisado salón de trabajo se observa una gran playa al frente del Santiago, los pequepeques y otras embarcaciones que surcan y bajan el río, y al fondo las montañas que apenas se dejan ver por capricho de las nubes. Esas mismas colinas las habíamos escalado en cada uno de los cuatro sitios del inventario. 

Las crestas de los Cerros de Kampankis, cubiertas por nubes.
Foto: A. del Campo
El cuarto sitio tenía un sabor especial para mí ya que, junto a los pobladores Awajún de la quebrada Cangasa, hicimos la larga y accidentada trocha que llegó hasta la cumbre de Kampankis. 

La cresta de Kampankis desde el mirador en el campamento cuatro.
Foto: A. del Campo
Esta vez subí con Renzo y Emilio Cenepo, apu de la comunidad de Nueva Alegría, observando aves hasta que llegamos como a las tres de la tarde al campamento satélite que se encontraba a poco más de un kilómetro de distancia de la cima. 
Raices y rocas calizas.
Foto: A. del Campo
Luego de la enésima lata de atún con galletas de soda, subí con Emilio para observar el atardecer desde el mirador del filo de la cordillera, mientras que Renzo se quedó registrando especies de aves de colina. 

El puesto del sol en el mirador.
Foto: A. del Campo
En el mirador también se encontraba Ernesto, otro de los ornitólogos del grupo. Hermosas tangaras y tucanetas con colores casi surrealistas nos obsequiaron un inolvidable show antes de caer la noche cuando retornamos a acampar en el pequeño claro.

A la mañana siguiente, antes de volver a subir a la cumbre para observar el amanecer, un grupo de despreocupados monos choro se desplazaba entre las ramas de los árboles. Vimos a uno de los machos posado en una rama, la que luego balanceó hasta en tres oportunidades para catapultarse a si mismo hacia otro árbol. Cuando llegamos al mirador, mientras yo tomaba algunas fotos, Emilio intentaba identificar con mis binoculares algunas de las comunidades ubicadas a orillas del Santiago. A cada momento exclamaba: “Ahí está Democracia,” “En esa curvita está Yutupis,” “Ahí al fondo se ve La Poza.” 
Tributarios del río Santiago
Foto: A. del Campo
Al frente de nosotros observábamos una imponente montaña, pero como no podía retratarla con mi cámara en toda su dimensión ya que estaba parcialmente tapada por unas palmeras, tuve que treparme a uno de esos árboles cubiertos de musgo y plantas epífitas para tomar una foto. Antes de emprender el retorno de bajada al campamento principal,  me pareció escuchar a unos guacamayos a lo lejos, así que le pedí mis binoculares a Emilio. Cuando volaron, me di cuenta por qué no los había podido ver en primera instancia. Se trataba de dos Guacamayos Militares (Ara militaris), cuyo verde plumaje los mimetiza perfectamente con las hojas de los árboles.

Interacciones y nuevos descubrimientos
 Los herpetólogos habían pasado las noches anteriores buscando especies de ranas y lagartijas de colinas, y como van siempre en la oscuridad, ellos encuentran a veces con sus linternas algunas aves durmiendo en las ramas de los árboles. Pablo logró fotografiar algunos de estos pájaros con su pequeña cámara, contribuyendo así con el registro de especies del inventario. En general los científicos interactúan todo el tiempo unos con otros. Vladimir, el geólogo del equipo, en todo momento intercambia información de los suelos y las rocas con los botánicos y con otros miembros del equipo. Los ictiólogos averiguan qué semillas comen algunos peces con la ayuda de los botánicos. Lo mismo los ornitólogos y Lucía, la mastozoóloga, quienes muchas veces observan respectivamente aves y mamíferos consumiendo frutos en las copas de los árboles. Durante el inventario, a manera de aprendizaje mutuo los biólogos interactuaron también con los científicos locales y los asistentes de campo que habían sido previamente seleccionados en las comunidades para apoyarnos en el monte. Es importantísimo contar con un equipo interdisciplinario durante un inventario para entender mejor como funciona la compleja dinámica del bosque.
Apus del río Cangasa observando serpientes y usando las laminas.
Foto: A. del Campo
Nigel Pitman hablando del trabajo de los botánicos con los pobladores locales.
Foto: A. del Campo
Alessandro Catenazzi enseñando el trabajo herpetológico a los pobladores locales.
Foto: A. del Campo 
Lucia Castro intercambiando datos sobre mamíferos con los expertos locales.
Foto: A. del Campo
 Aunque todavía se tiene que hacer consultas con otros expertos, durante el inventario rápido los científicos han encontrado varias especies de ranas, lagartijas, plantas y peces que podrían ser nuevas para el Perú o incluso para la ciencia. Por otro lado, dentro de las más de 350 especies que registraron durante el estudio, los ornitólogos observaron que el rango de más de 70 de ellas se ha extendido, tanto desde los Andes como desde otras zonas amazónicas más bajas. Esto se debe al escaso conocimiento que hasta ahora se tenía de las cumbres de Kampankis.
La culebra acuatica Pseudoeryx plicatilis.
Foto: A. del Campo
Los botánicos prensando plantas en su mesa de trabajo.
Foto: A. del Campo
 El “efecto tangarana”
El último día en el campo despertó sentimientos encontrados entre los diferentes miembros del equipo. Ya que lógicamente todos extrañamos a nuestros seres queridos, estamos felices porque los veremos pronto. Sin embargo, como todos nos hemos quedado hechizados con las maravillas que hemos encontrado en Kampankis, nos preguntamos si en algún momento retornaremos a estas hermosas y sagradas montañas.
El helicoptero llegando a recoger el equipo del ultimo campamento.
Foto: A. del Campo


El equipo en el helicóptero.
Foto: A. del Campo
El helicóptero llegando al Caserío La Poza
Foto: A. del Campo
En el bosque existe una especie de árbol cuya copa puede percibirse a la distancia por sus frutos rojizos que semejan flores. Dentro del bosque, ninguna planta crece cerca del entorno del árbol ni en su tronco. Tampoco se ven otras especies de insectos circulando sobre la lisa superficie del tronco. A estos árboles se les conoce en la selva como tangaranas, y han formado una interesante simbiosis con una especie de hormiga que también se llama tangarana. El árbol segrega una sustancia resinosa dulce que sirve de alimento a las hormigas, y a cambio, las hormigas mantienen al árbol libre de cualquier plaga que pueda crecer en él. Basta que uno se acerque al árbol para que las feroces hormigas—que tienen una picadura que causa un dolor muy intenso por varios minutos—empiecen a salir inmediatamente del interior del tronco por unos huequitos para cerciorarse de que nada amenace a su preciado árbol. Los pobladores Awajún y Wampis me hacen acordar mucho a las tangaranas, ya que ellos durante cientos de años han sabido cuidar tenazmente a la cordillera Kampankis, que a cambio les brinda innumerables beneficios ambientales como agua limpia, peces, aire puro, medicinas para curarse y animales para cazar. Entonces, aunque nos vamos, lo hacemos con la esperanza de que estos bosques seguirán manteniendo su enorme riqueza a perpetuidad, y que el inventario podrá contribuir con su granito de arena para que así suceda.

Todo el equipo, antes de salir del campo
Foto: A. del Campo


Nota por Alvaro del Campo, Biologo de Conservación

viernes, 26 de agosto de 2011

Aves: Casi Todo Es Nuevo

Escrito 20 agosto 2011

Tres días antes de la salida de este, mi primer inventario, Doug Stotz me llevó a la colección de aves del Museo Field en Chicago para mostrarme algunas de las especies de interés especial de los Cerros de Kampankis, una región inexplorada ornitológicamente.

Doug abrió una de las gavetas de hormigueros con una serie de especímenes.  De manera ágil me comentó las diferencias sutiles entre varios grupos de especies cercanamente emparentadas y de identificación confusa.  “Esperamos encontrar este colibrí” me dijo poco después señalando con el índice las diferencias de color con otra casi idéntica.  “También esta Grallaria”… “este mosquero”… “este gavilán”… y siguió señalando especies mientras yo tomaba notas tan rápido como me era posible.

La mayoría de las especies esperadas es nueva para mí.  La porción del Neótropico que he visitado con frecuencia, del sur de México hasta Panamá, comparte muchas de las familias y los géneros que habríamos de encontrar en el norte del Perú, aunque América del Sur tiene la avifauna más diversa del mundo y hay muchísimas especies diferentes para cada uno de esos grupos. 

Ante lo complicado del asunto, opté por prepararme lo mejor posible: leí tanto de la guía de campo de las Aves del Perú (de la cual Doug es coautor) como me fue posible, repasando cada ilustración y mirando con detenimiento los mapas de relieve y vegetación que pueden revelar la distribución de las especies.  Miré los apéndices del Inventario Rápido más reciente para tener una idea más clara del número de especies registradas en el sitio previo y ponderar las expectativas de mi trabajo en el campo.  Le saqué a mi iPod toda la música que tenía y en su lugar cargué el contenido de varios CDs de aves de la Amazonía y de los Andes del Perú y por días no escuché sino cantos de aves; recordar el cau-cau-cau para el familiar Trogon collaris, pero también aprender por primera vez el chu-chu-chu-chuchuchu del hormiguero Myrmotherula axillaris y el cher-chrrr, chrrr del carpintero Melanerpes cruentatus que jamás había escuchado. 

Y llegó mi primer día en el campo.  En el equipo de aves están Renzo Zeppilli y Debby Moskovits, ambos con gran experiencia en identificar aves en el Perú y que escuchan voces en el bosque e identifican a diestra y siniestra a quien llama o canta.  “ése es Myrmoborus myotherinus”… “aquel es Tangara chilensis”… “oh, Patagioenas plumbea, allá, en la distancia”.  Esa mañana cada quien tomó su trocha.  Yo salí con mi mochila al hombro.  En ella llevé mi grabadora digital con un micrófono, mi cámara fotográfica y mi guía de aves.  En el bolsillo izquierdo, mi iPod con un pequeño altavoz.  En el derecho, mi libreta de campo.  Colgados del cuello, mis binoculares.

Ernesto Ruelas, ecólogo de conservación del Museo Field, revisa grabaciones en 
la ribera de la Quebrada Katerpiza.  Las botas de jebe talla europea 46 son difíciles 
de encontrar en Tarapoto y a veces las más coloridas, de pitufo, son la única opción.  
Foto: Á. del Campo.

¡Ssscuiiii-cueo! Escuché en la cercanía, cerca de la quebrada.  Muy sonoro, clarísimo.  Parecido a “mi” Lipaugus unirufus.  Alcancé mi iPod y busqué “Lipaugus”, toqué la voz y de inmediato identifiqué ese pájaro que no pude ver pero cuya voz es inconfundible.  Nueva especie para mí, éste tiene el (muy apropriado) nombre de Lipaugus vociferans.  Seguí el sendero, tzk-tzk-tzk, luego cou-cou-coucoucou, etc.  Busco en el iPod, algunos son fácilmente identificables, otros no.  Tomé grabaciones de lo que valía la pena documentar y de lo que no conocía.  Con el paso de los días aprendí más y más vocalizaciones y calculé en la mente cuántos pájaros había podido ver y a cuántos sólo pude identificar por sus vocalizaciones.  ¿Serían 80% de las identificaciones por voces y 20% por avistamientos?


Phaethornis bourcieri fotografiado durmiendo.  Los colibríes reducen su 
tasa metabólica durante la noche para ahorrar energía y mantienen su temperatura 
corporal poniendo sus plumas en una posición perpendicular a la piel que inmoviliza 
el aire a su alrededor.  Acercárseles de noche para fotografiarlos es fácil por 
su estado de torpidez; encontrarlos no lo es.  
Foto: Á. del Campo.



Tres campamentos después (con muchas vocalizaciones identificadas positivamente y también muchas sin determinar) me siento más familiar con lo más común de lo encontrado en tierras bajas, a 300 metros sobre nivel del mar aproximadamente.  Cada miembro del equipo de aves ha recorrido diariamente entre 4-10 kilómetros de trochas registrando aves.  Hemos hecho tres escaladas a altitudes mayores de 1000 (dos de ellas a 1400 msnm) que nos trajeron valiosos registros nuevos de especies montanas y especies adicionales a nuestro inventario, incluido el gallito de las rocas considerado por muchos el ave nacional del Perú.

Cada noche nos sentamos a revisar lo encontrado por cada observador, compartimos los detalles de los avistamientos notables y recopilamos los datos en un listado central.  Los días han pasado muy rápido.  Tengo los brazos tapizados de picaduras de mosquitos y de otros bichos.  Los pies más o menos acostumbrados a las botas de jebe. 


El ornitólogo peruano Renzo Zeppilli discute el significado cultural del inchituch 
(Wetmorethraupis sterropteron en Wampis) con científicos locales en el 
Campamento 4 en la Quebrada Wee.  
Foto: Á. del Campo.


Hoy estamos en la última localidad que visitaremos, el Campamento 4, y nuestra lista tiene más de 340 especies.  Hice una caminata ligeramente más breve que lo normal, pues hay que empezar a trabajar los informes y a sintetizar la información de nuestro viaje completo.  Al revisar el listado confirmo muchas de las especies potenciales que esperábamos encontrar en Kampankis, pero también hay muchas sorpresas no esperadas.  De las especies esperadas encontramos a la mayoría, incluido el colibrí, la Grallaria y el mosquero que Doug me enseñó hace poco más de tres semanas en Chicago; en la memoria tengo ya organizadas las voces de muchos, incluido chu-chu-chu-chuchuchu,  tzk-tzk-tzk, y también el muy interesante cou-coucou, que es uno de mis halcones favoritos.


El ornitólogo peruano Renzo Zeppilli discute el significado cultural del inchituch 
(Wetmorethraupis sterropteron en Wampis) con científicos locales en el 
Campamento 4 en la Quebrada Wee.  
Foto: Á. del Campo.

 Nota por Ernesto Ruelas, Ornitólogo de Conservación

sábado, 20 de agosto de 2011

Quien Fuera Un Bujurqui

Escrito 18 de agosto del 2011
Las aguas claras, transparentes, torrentosas, y limpias de las quebradas y ríos de los cerros de Kampankis deben de ser un excelente lugar para vivir para los peces que evolutiva y naturalmente “escogieron” (o fueron escogidos?) hacer de estos hábitats su hogar, y si tuviera que darle algún adjetivo superlativo para calificarlos diría que es un lugar “paradisíaco” (en términos de la ictiofauna claro está, el lector no vaya a imaginar una playa turística como Cancún o Varadero).
Paridisiacas pozas de los Cerros Kampankis.
Foto: M. Hidalgo

Muchos bujurquis (Bujurquina cf. hophrys) pueden en quebradas como Kampankis observar absolutamente todo lo que acontece allá afuera “en el otro mundo,” aquel separado por la delgada línea que divide el agua del aire. Los días soleados con el intenso azul del cielo se transforman en un espectáculo hermoso y del mismo modo, la vista del bosque verde ribereño provee con sus sombras seguramente lugares de camuflaje, pero sobretodo la promesa de lo que desde sus ramas pueda caer al agua-–es un hecho que todo lo que cae en el río es atacado en cuestión de segundos por cardúmenes de pequeños carácidos como Astyanacinus y Hemibrycon--siendo este un ejemplo de la estrecha relación entre los bosques y los hábitats acuáticos.
Desde el fondo de estas aguas cristalinas, la vista de las montañas de Kampankis debe de ser una de las cosas más gratificantes que pueda un ser vivo observar, especialmente para especies muy visuales y territoriales como Bujurquina cf. hophrys. Si a esto le sumamos noches de luna llena, quizás ahora pueda acercarme más a mi idea original del lugar “paradisíaco” (y siendo sincero, yo nunca he visto la luna llena desde abajo del agua, pero el solo hecho de imaginármela hace que casi lo crea con firmeza). En general la mayoría de peces amazónicos no disfrutan de este espectáculo visual-–salvo aquellas especies de peces que viven en zonas montañosas del piedemonte andino y en los Andes--ya que como sabemos las aguas turbias de la mayoría de grandes ríos amazónicos en el Perú (y que incluyen al Santiago, Morona y Marañón) no permiten mirar durante todo el año mas allá de apenas unos centímetros dentro de sus aguas. 

Mimetizandose con el entorno.
Foto: M. Hidalgo

Bujurquina cf. hophrys (junto con algunos loricáridos del genero Chaetostoma y los carácidos mencionados previamente) son de las especies más comunes en las aguas de los cerros de Kampankis. Caminando al lado de las quebradas es muy fácil observar a estos “bujurquis” o “kantash,” y de hecho es el único cíclido de los Cichlasominae que hemos observado en estos cerros. Estas especies tienen cuidado parental muy marcado, lo cual puede ser fácilmente observable cuando nos acercamos al borde de la poza donde están libremente nadando. Si logras que no te vean ellos primero, podrás mirar al menos un par de docenas de pequeños “bujurquitos” de menos de 5 mm de tamaño explorando el ambiente –en busca de microorganismos o algo para comer mientras atenta y sigilosamente la madre los va resguardando a unos pocos centímetros ante la posible aparición de cualquier evento que considere peligroso, como por ejemplo, que un ictiólogo se acerque a husmear que hacen. Es entonces que la madre abre rápidamente la boca y con una delicada pero veloz succión hace que sus crías queden protegidas dentro de su interior, quedando así explicado el porque estos cíclidos tienen las mejillas tan redondeadas que parecieran que siempre están masticando algo.
Las mejillas de los bujurquis pueden llevar bujurquitos.
Foto: M. Hidalgo

Marcando fuertemente sus bandas oscuras verticales y la banda longitudinal horizontal que pasa por la cabeza en forma de vincha o bandana-–y que les da ese patrón distintivo de coloración a todas las especies de Bujurquina–-me queda claro que lo que busca luego la mama “kantash” es romper el continuo de su cuerpo de forma que las sombras cumplan el resto de la misión que es camuflarse de mi presencia … y por un momento lo logra luego de que un súbito movimiento corporal hace que cambie de posición en la poza cristalina, mimetizándose con el entorno. El día que me quedé observando a la mama “bujurqui” en una de las quizás cientos de pozas que como esta hay en los cerros de Kampankis hubo una fuerte lluvia de alrededor de 1 hora y media, que hizo que la apacible y paradisíaca quebrada de nuestro campamento 3 se transformara en un peligroso torrente que seguramente nos hubiera podido llevar hasta el río Santiago. Mientras en el campamento monitoreábamos temerosos la quebrada deseando que no suba mas de nivel (casi alcanzó nuestro helipuerto), yo me preguntaba qué habría sucedido con la mama “bujurqui” y sus crías. ¿Se la habría llevado el torrente? ¿Las aguas turbias lodosas no la dejaron ver por donde nadar hasta un sitio más seguro? Me tranquilicé cuando al día siguiente ví que el agua de la quebrada volvió a ser la apacible quebrada transparente que conocí, y que en sus pozas muchas mamas “kantash” volvían a sacar a pasear a sus pequeños bujurquitos para que se alimenten mientras ven el cielo azul otra vez.
Los cerros de Kampankis con ictiológicamente una fuente inmensa de historias naturales como esta-–y de especies probablemente únicas como hasta ahora hemos registrado, las que incluyen probables especies no descritas de Lebiasina, Creagrutus y un Glandulocaudinae no determinado, y puedo asegurar que ahora entiendo con mayor intensidad el porqué para las poblaciones milenarias que han vivido y usado estas montañas es muy importante su protección y conservación.
 Nota por Max Hidalgo, Ictiologo



viernes, 19 de agosto de 2011

Campamento Cuatro

Escrito 17 de agosto del 2011
Hoy es 17 de agosto de 2011 y ayer llegamos al último campamento del inventario, el que me había tocado hacer a mí con la ayuda de Gonzalo Bullard y Guillermo Knell, y con la decidida participación de los pobladores Awajún de la quebrada Cangasa. Buena parte del grupo ha subido a estudiar la cresta de la montaña, la cual llega a 1,430 msnm (el campamento base esta a 310 metros de altitud). Yo subiré mañana, tal como lo hemos venido haciendo en todos los campamentos. Los ictiólogos se fueron río abajo con Gustavo, uno de los científicos Wampis, a muestrear peces en las escasas aguas remanentes de esta época de vaciante. Los ornitólogos recorren las trochas desde la primera luz del día para incrementar aún más la lista de especies de aves para el inventario. Antes de volar hasta aquí con el helicóptero, pudimos recorrer las largas trochas del campamento 3, aguas arriba de la confluencia de las quebradas Kampankis y Chapiza, afluentes del Santiago. 

Una flor en la quebrada en la subida hacia la cresta.
Foto: A. del Campo
Huishuinchos y una sachavaca
Como todas las mañanas me comuniqué muy temprano por radio con Tyana Wachter, quien impecablemente se hace cargo de las coordinaciones del inventario desde la localidad de La Poza, en el río Santiago. Tyana nos contó sobre los avances de los dos equipos sociales que visitan las comunidades de los ríos Santiago y Marañón recopilando información del estudio de caracterización social del inventario. Los científicos habían dejado sus carpas y ropa mojada secándose en el helipuerto, ya que el día anterior había caído una intensa lluvia que hizo crecer peligrosamente a la quebrada hasta el punto de casi inundar el campamento. Aunque el agua llegó a varias de las carpas, la quebrada detuvo su crecida a escasos diez centímetros de llevarse todo el campamento.  



La quebrada Kampankis crecida.
Foto: A. del Campo

El equipo botánico cruzando la quebrada crecida.
Foto: A. del Campo

Luego de limpiar los lentes de la cámara, víctimas de la humedad de la selva, metí en mi mochila una botella de agua y dos Powerbars, y empecé el ascenso por la trocha Troncal, sabiendo que tenía que recorrer 5,700 metros solo de ida hasta la cumbre. Apenas salí escuché a los ruidosos Huishuinchos (Lipaugus vociferans) emitiendo sus estridentes llamados desde lo más alto de las copas de los árboles. El sonido de estas aves de color gris, emparentadas con las cotingas y los Gallitos de las Rocas, es uno de los más característicos de la Amazonía. Para que tengan una idea del canto, las dos últimas y altísimas notas semejan a una persona silbando en señal de admiración ante la belleza de otra. A los 2,700 metros de la trocha crucé la última quebradita así que llené la botella, ya que todavía faltaban 3,000 metros más para llegar a la cumbre. Se oía una cascada a unos 150 metros de donde me encontraba, así que decidí salirme de la trocha para investigar. La pequeña cascada estaba rodeada por un olor peculiar.

La cascadita en la subida hacia la cresta.
Foto: A. del Campo
Gracias a los blogs se pueden compartir muchas imágenes en fotos y videos, y hasta sonidos mediante archivos digitales, pero es imposible compartir olores así que trataré de describir el olor que percibí al lado de la cascada: era algo así como una compota de frutas fermentadas y mermelada de ciruelas malograda. Una de las grandes y planas rocas de la quebrada estaba “decorada” por todas partes por las heces de algún mamífero que hasta el momento no podía identificar. Cuando regresé a la trocha estaba llena de huellas frescas de sachavaca, y el olor que sentí por la cascada persistía, así que asumí que el mamífero terrestre más grande de la selva había decidido marcar los alrededores de la hermosa cascadita como su territorio. Luego de unos minutos de ascenso logré ver a la sachavaca, la que contrariamente a lo que pensé, prosiguió velozmente por la trocha en vez de ingresar abruptamente al monte a la carrera como suelen hacer.

Los heces de la sachavaca en la cascadita.
Foto: A. del Campo
Tres encuentros con una bella tangara
La noche anterior escuché a Debby y Renzo conversar sobre la Tangara de Garganta Naranja (Wetmorethraupis sterrhopteron), un ave mítica para ciertas poblaciones indígenas. Debby ya la había visto en la trocha Troncal mientras subía, y Renzo me contó que esa bellísima ave se conocía solo del Perú, en un reducido rango en la cuenca del río Cenepa, hasta que hace poco fue descubierta también en Ecuador. Mientras continuaba el ascenso hacia las cumbres por esta parte de Kampankis, escuché los diversos cantos de una bandada mixta de especies de aves. Alcé la mirada hacia el dosel, y pese a los binoculares medio empañados por la humedad del bosque y mi abundante transpiración, pude divisar para sorpresa (y suerte) mía la Tangara de Garganta Naranja. Esta pequeña ave es oscura y con el vientre crema, pero su característica más saltante es sin duda la coloración naranja intensa que matiza su garganta. Poco antes de llegar a la marca de los cinco kilómetros me encontré con Renzo quien pacientemente intentaba llamar a la tangara con ayuda de una grabación de su canto. Le conté que hacía apenas unos minutos la había visto así que empezó a bajar para ver si la encontraba entre la bandada.  

Una Ranitomeya en el camino a la cumbre.
Foto: A. del Campo
Desde los 5,000 metros para arriba el ascenso se hacía cada vez más difícil, muy escarpado y resbaloso. La trocha Troncal termina a los 5,700 metros y Aldo, el líder de brigada de este campamento, había colocado una marca al final donde se leía “1,015 msnm.” En la marca de trocha de vivo color naranja los botánicos, que ya habían subido esa cuesta para estudiar la vegetación a esas alturas, dejaron una nota que reproduzco literalmente:
Para el Final donde esta el Toldo de Plástico – Campamento, seguir derecho y luego subir por las rocas. El camino es accesible hasta la cima. El toldo esta a 50 m a la derecha del camino final cima. Att. Equipo Botanico.

La notita de instrucciones dejado en la subida por los botanicos.
Foto: A. del Campo
Seguí cuidadosamente las instrucciones de los botánicos aunque no fue muy difícil seguir los rastros que ellos mismos habían dejado dos días atrás. Trepé por las rocas con la ayuda de los bejucos (raíces) de los árboles hasta que llegué a una pequeña saliente donde Camilo Kajekai, el botánico Shuar del Ecuador, había construido una especie de escalerita con palos y lianas para ascender al nivel superior. La sensación era cada vez menos de investigación y más de deporte de aventura. Después de continuar por las rocas y raíces llegué por fin a la cumbre donde se percibía un bosque parecido al del campamento 2. Árboles cubiertos de musgo, bosque “esponjoso”, helechos y bromelias dibujaban el paisaje. Era lógico que los botánicos hayan bregado tanto para llegar hasta ahí, dado que es muy importante estudiar la vegetación de las crestas de las montañas en los cuatro sitios. 

El toldo de los botanicos en la cresta.
Foto: A. del Campo

Del otro lado de la montaña descendía una suave pendiente hacia el río Morona. De bajada me encontré con Lucia que venia de subida para colocar las redes de neblina para la identificación de murciélagos a esas alturas. Pude escuchar claramente los cantos de los Gallitos de las Rocas. Observé a lo lejos pero claramente el color naranja intenso de dos machos monte abajo, desplegando su danza de cortejo para impresionar a las inconspicuas hembras emitiendo su canto característico. Observé varias aves más incluyendo tangaras, trepadores, atrapamoscas y jacamares. El mejor regalo que me dio el bosque fue una última aunque breve mirada a la hermosa Tangara de Garganta Naranja, a la cual se le conoce localmente como Inchituch. Ya en el campamento los ornitólogos me dijeron que hasta el momento han observado 275 especies de aves en estas montañas.



Jacamar de Pico Amarillo (Galbula albirostris)
Foto: A. del Campo
Últimos días en el monte
El inventario va llegando a su fin, y dentro de cuatro días estaremos ya todos en Puerto Galilea presentando nuestros resultados preliminares a las autoridades indígenas locales, así que tenemos que aprovechar al máximo nuestros últimos días investigando los asombrosos bosques de la Cordillera de Kampankis.   


Nota por Álvaro del Campo, Biólogo de Conservación





martes, 16 de agosto de 2011

Mamíferos

Hoy nos tocó mojarnos. Gustavo me acompañó hoy, esta vez no tomaríamos el sistema de trochas sino que iríamos aguas abajo por la quebrada Kampankis, en busca del esqueleto de un hormiguero (Tamandua tetradactyla) que el equipo de peces vio en una playa ayer.
Quebrada Kampankis, antes de la lluvia. Las vistas de las rocas cubiertas con musgo y vegetación son preciosas.
Foto: L. Castro 
Max me mostró las fotos, estaba casi completo, incluso tomaron fotos al buitre real (Sarcorhamphus papa) que estaba comiéndose los restos cuando ellos lo encontraron.
Preparamos nuestras cosas, guardé las coordenadas de nuestro objetivo en el GPS, tomé una bolsa gruesa para recoger los huesos, y tambien llevé galletas, caramelos y agua. Gustavo y yo partimos adelantando al grupo de ictiólogos, ellos también irían quebrada abajo a pescar en las pozas mientras que el equipo de mamíferos avanzaríamos más lentamente para buscar rastros que de seguro encontraríamos en las playas a lo largo de la quebrada.
Avanzaba la mañana mientras registramos huellas de sachavacas, venados, majaces, tigrillos e incluso un ronsoco, mientras tanto el cielo se fue nublando poco a poco.
Cuando el GPS nos indicó que nos acercábamos a nuestro objetivo, vimos al equipo de peces que nos había adelantando el paso hacia más de una hora antes. Mientras Roberto, Max y Pancho se metían a una poza con la red caían las primeras gotas de lluvia.
Gustavo y yo fuimos a recoger el esqueleto de hormiguero, encontramos la columna y el cráneo, por un momento buscamos más huesos mientras que la lluvia se hacía más fuerte. 
Esqueleto de hormiguero (Tamandua tetradactyla)
Foto: M. Hidalgo
Recogimos los huesos de una de las patas y fuimos a reunirnos con los chicos de peces que seguían pescando en la poza. Al ver que la lluvia no pasaba decidimos volver al campamento ya que el nivel del agua subiría rápidamente. Avanzamos con dificultad sorteando las rocas resbalosas y contra la corriente cada vez más fuerte.
La quebrada cargada con sedimentos empezando a crecer por la lluvia.
Foto: M. Hidalgo
Pronto no pudimos avanzar más por la quebrada. Max indicó que tendríamos que subir al monte y empezar a abrir una trocha para llegar al campamento. Así lo hicimos, Gustavo iba adelante abriendo camino entre la vegetación; desde nuestra nueva perspectiva pudimos ver como la quebrada crecía y crecía. Al cabo de una hora llegamos al campamento.
La lluvia y la quebrada habían inundado parte del área de camping, todos iban llegando con dificultad desde sus trochas y el helipuerto sirvió para poner a secar algunas carpas al sol, que finalmente relució.
Ya es de noche y el nivel del agua prácticamente volvió a ser el de antes. Mientras Max toca la guitarra y canturrea con Vladimir yo termino de escribir estas líneas. Ya es hora de dormir. Mañana toca levantarnos y seguir corriendo.
Nota por Lucía Castro, mastozoologa

domingo, 14 de agosto de 2011

Campamento Dos

Mañana temprano llega el helicóptero. Hoy es el último día del campamento 2 y todos los equipos del inventario están en las trochas o en las quebradas recopilando información crítica para el futuro cuidado de estos bosques rebosantes de vida silvestre. El campamento se encuentra en una hermosa quebrada de aguas claras llamada Caterpiza, afluente del lejano río Santiago. 
El río Caterpiza, afluente del río Santiago cerca al Campamento Dos
Foto: A. del Campo

Estamos en el departamento de Amazonas en uno de los cuatro puntos de muestreo en la hasta ahora misteriosa Cordillera Kampankis. Como los sitios del inventario los seleccionamos en áreas muy remotas, casi inaccesibles, es que tenemos que llegar hasta aquí con la ayuda de un helicóptero MI-17 de la Policía Nacional del Perú.
Coronando Kampankis (por tercera vez)
Durante la fase de logística avanzada, junto a mi equipo de preparación de campamentos ya me había tocado subir una gran cuesta hasta la cima de Kampankis por el lado de la quebrada Cangasa, un afluente del Marañón ubicado al sur de esta localidad. En el primer punto, el que está localizado más hacia el norte en la quebrada Kusuim, una de las trochas llegaba también al punto más alto, pero éste estaba solo a 750 metros de altitud. Pudimos llegar a esa altura usando el GPS, desviándonos de la trocha principal cruzando una serie de grandes, muy filudas y por ende peligrosas rocas calizas hasta llegar a la cuchilla de la cordillera. Desde ese filo obtuvimos una impresionante vista del río Santiago, a la altura de una comunidad llamada Papayacu, ubicada casi al borde de la frontera con Ecuador.
Vista desde la cima en Campamento Uno, hacia el oeste con el río Santiago al fondo
Foto: A. del Campo

Esta vez, en el campamento 2 la trepada fue mucho más ardua. Con una botella de medio litro de refresco reforzado con Gatorade, tuve que caminar un poco más de siete kilómetros para recién reabastecerme de agua de una pequeña quebrada para llegar a la cima de esta parte de Kampankis, la cual estaba a solo 500 metros de distancia más arriba. Por aquí la altitud llega a 1,400 msnm (el campamento base está a 300 metros), casi como el campamento del lado de la quebrada Cangasa.
Por la mitad del camino de subida, el bosque comenzaba a ser acariciado por una densa neblina, la cual dejaba entrever las misteriosas formas del bosque. Un grupo de palmeras cashapona (Socratea exorrhiza), se imponían erguidas con sus raíces zancos de más de cuatro metros de altura. 
La palmera Socratea exorrhiza entre la bruma
Foto: A. del Campo

Un poco más arriba dos mansos monos tocones me miraban curiosos desde las ramas de los árboles. A medida que subía, el musgo empezaba a abrigar a los árboles y cada paso que daba se posaba suavemente sobre un denso colchón de raíces y raicillas. 

Musgo en los troncos
Foto: A. del Campo


Cada vez eran más comunes las bromelias y los helechos arbóreos. 
La inflorescencia de una bromelia (Guzmania)
Foto: A. del Campo

Poco antes de llegar a la cima me encontré con Pablo y Alessandro, los dos herpetólogos del inventario quienes estaban visiblemente emocionados por los hallazgos hasta ese momento, varias especies potencialmente nuevas para la ciencia y para el Perú. 



Pablo muestreando anfibios y reptiles en la hojarrasca
Foto: A. del Campo


Los coloridos gallitos de las rocas prefieren también esas alturas, y aunque no pude ver alguno, el día anterior David Neill—uno de los botánicos—los había divisado. Lucia Castro, la mastozoóloga del grupo, vio otro y escuchó algunos más mientras descendía la empinada cuesta. Algunos de los científicos—incluyendo a Gustavo, Manuel y Jerónimo, los científicos locales Awajún y Wampis que nos vienen acompañando desde el inicio del inventario para compartir con nosotros sus valiosos conocimientos del bosque—se quedaron a dormir en la cima. 

Carpa de Alessandro, uno de los herpetólogos, en la cima
Foto: A. del Campo

El aire fresco que se sentía en la cresta de la montaña daba una idea de la fría noche que iban a pasar los científicos a esas alturas (después me contaron que Alessandro tuvo que prestarle una “cobija de emergencia” al antropólogo polaco Kacper Swierk quien había subido con apenas una delgada chompa). Pese al frío acamparon todos allí, dado que es importantísimo investigar toda la gradiente altitudinal de la Cordillera Kampankis.
Niebla y vegetación
Foto: A. del Campo

Lluvia, maquisapas y un canto misterioso
Me había tomado cerca de tres horas y media llegar a la cima y a diferencia de los otros participantes del inventario decidí bajar al campamento esa misma tarde. De bajada me acompañaba el dulce canto de un ave que nunca antes había oído. Por más que trataba de verlo la espesura del bosque no me lo permitía. Traté de aprenderme el canto para luego preguntarle a Debby, Renzo y Ernesto, los especialistas en aves, si sabían de qué ave se trataba. Venía silbando las notas una y otra vez hasta que me crucé con los dos últimos que se encontraban en pleno ascenso, por coincidencia tratando de grabar ese mismo canto, hasta que el misterioso pajarito por fin se dejó ver. Se trataba de un Schiffornis turdina, una especie de ave que la ciencia no define aún a qué familia pertenece pero que podría estar emparentada con las cotingas y saltarines. 
Ernesto buscando el Schiffornis
Foto: A. del Campo
Renzo grabando el canto del Schiffornis
Foto: A. del Campo
Luego de unos minutos empezó a llover, lo que hizo que la bajada se pusiera muy resbalosa, así que se hizo muy pesado el andar. Entre la cortina de agua que caía pude observar un grupo de maquisapas desplazándose muy lentamente por el dosel. A diferencia de otros sitios donde las actividades humanas han causado la desaparición de muchas especies de primates, estos curiosos y remojados maquisapas me observaban con curiosidad pese a la lluvia.
Después de la lluvia la niebla se disipa, y el bosque deja ingresar súbitamente los rayos del sol abriéndose paso entre la bruma por las  copas de los árboles. 
La luz penetrando la niebla y el dosel del bosque
Foto: A. del Campo
Las frescas huellas de sajinos y otros animales dejaban en evidencia su reciente paso por la trocha y por ende la buena salud del bosque. Casi cinco horas después de haber iniciado el descenso llegué al campamento, exhausto pero satisfecho por haber coronado la hermosa Cordillera de Kampankis por tercera vez. Faltan aún dos campamentos por investigar y el equipo continua, con cada vez mas ampollas pero con el ánimo intacto, por seguir descubriendo los misterios de estos cerros sagrados, fuente de agua limpia y vida silvestre que beneficia a pobladores indígenas Awajún, Wampis y Shapra aguas abajo.


Nota por Alvaro del Campo, Biólogo de Conservación